El efecto Coolidge

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El efecto Coolidge fue descrito por primera vez en 1955 por el etólogo Frank A. Beach, quien contó la siguiente historia en una conferencia sobre psicología:

Años 20. El entonces presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge y su esposa Grace visitaban, por separado, una granja experimental de gallinas. Al ver Grace un único gallo entre multitud de gallinas, preguntó al encargado cuántas veces se apareaba. El encargado le dijo que lo hacía docenas de veces al día, a lo que la primera dama respondió “dígale eso al señor Coolidge cuando pase por aquí”.

Llegado el momento, el encargado hizo lo que se le había pedido. El presidente respondió con otra pregunta:

– Dígame, ¿se aparea siempre con la misma gallina?

– No, señor, cada vez con una gallina distinta.

– Por favor, dígale eso a la señora Coolidge.

El efecto Coolidge define la capacidad del macho para eliminar o reducir al máximo el periodo refractario (tiempo de descanso/recuperación) ante un estímulo sexual novedoso. Es decir, ante una hembra nueva, el macho vuelve a estar disponible sexualmente aunque acabe de copular con otra hembra, incluso aunque haya copulado repetidas veces.

Igual que existe la química del enamoramiento, este efecto también tiene su explicación en el cerebro. De entre todas las sustancias que intervienen en este proceso (serotonina, dopamina, oxitocina, noradrenalina, prolactina y testosterona principalmente), la dopamina tiene un papel importante, ya que es la encargada de promover el deseo sexual ante nuevos estímulos, está involucrada en la sensación de placer y euforia y disminuye el periodo refractario. Así que el impulso sexual y la experiencia de placer dependen de las neuronas que liberan esta sustancia en distintas partes de nuestro cerebro.

Todo este cóctel de sustancias que se ha estudiado en mamíferos, se piensa que es el responsable de que los seres humanos nos sintamos más atraídos por personas y/o situaciones que representan una novedad y menos por una pareja habitual.

Aunque por razones obvias no se ha podido investigar en humanos de la misma forma que en animales, existen algunos estudios que dan indicios de que funcionemos en este sentido igual que ellos.

En 1986 se realizó un estudio para evaluar la excitación de los/as participantes presentando una película durante 5 días, con la única diferencia de que en la quinta sesión se evaluaron dos condiciones a partir de unos cambios: los mismos actores/actrices haciendo actividades sexuales distintas y distintos actores/actrices realizando la misma actividad sexual. Los resultados de este estudio indicaron que los hombres preferían la variedad de personas mientras que las mujeres se excitaban más con la variedad de actividades sexuales.

Otros estudios también han encontrado en repetidas ocasiones que en los hombres disminuye la excitación sexual cuando se les presenta varias veces el mismo estímulo, aunque los niveles de dopamina después del orgasmo atenúan este efecto. Respecto a las mujeres hay muchos menos estudios y son menos consistentes porque no se han tenido en cuenta aspectos como el momento hormonal, que puede estar influyendo sin ninguna duda. Así, algunos estudios dicen que no somos tan distintas a ellos en este sentido, mientras que otros manifiestan una respuesta sexual más estable.

En el año 2004 se publicó un estudio sobre infidelidad en el que se había encuestado a 17000 personas de distintos países alrededor del mundo. Estas fueron las conclusiones del estudio:

  • De media, los hombres intentan ser infieles con más frecuencia.
  • De media, las mujeres no están tan interesadas en ser infieles pero les es más fácil cuando lo intentan.

Por otro lado, una plataforma online que funciona como punto de encuentro para personas casadas, realizó un estudio buscando los motivos por los que una persona elige ser infiel y estos fueron los resultados:

  • El 44% decían que vivían en un matrimonio sin sexo.
  • El 56% tenía sexo con su pareja habitual 1 vez al mes como mucho.
  • Por otra parte, el 60% afirmó que la falta de sexo era por falta de apetito sexual de alguna de las dos partes.
  • El 81% indican que ser infieles les ayuda a estar satisfechos y ven menos afectado su deseo sexual en el matrimonio.

Parece ser que la novedad enciende llamas apagadas y que nuestra biología tiene mucho que decir en esto. De hecho, es muy habitual que nos atraigan otras personas distintas a nuestra pareja, incluso aunque seamos felices en nuestra relación y tengamos una vida sexual satisfactoria. Sin embargo, a diferencia de los animales, nuestra corteza prefrontal nos permite decidir sobre qué hacer con eso que sentimos hacía la otra persona. Es decir, que nos sintamos atraídos/as sexualmente por alguien y que a nivel neurobiológico y hormonal cambien algunas cosas, no significa que estemos condenados a dar un paso más allá con esa persona que nos atrae. Por este motivo, echarle la culpa de una infidelidad al efecto Coolidge no tiene demasiado sentido.

Después de todo esto, parece obvio que en una relación de pareja estable ambos miembros de la pareja tengan que reinventarse continuamente y no dejar de innovar en el plano sexual para mantener viva la llama. Crear ambientes nuevos, hacerlo en sitios distintos, probar otras prácticas y los juegos de rol (por poner algunos ejemplos) van a aportar a una relación monógama ese punto novedoso que ayuda a mantener a flote la pasión.