Deseo… ¿qué era eso?

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¿Alguna vez te has preguntado por qué tu deseo hacia tu pareja no es igual que al principio?

Aunque hay muchos factores que influyen en este hecho (que, por cierto, ocurre en todas las parejas) podemos hablar, por una parte, de una base común e inevitable que tiene que ver con cómo es el proceso del amor como emoción y sentimiento y cómo evoluciona con el tiempo.

Al principio de la relación, cuando la química del amor desata una emoción muy intensa que nos hace estar en una nube, vemos a nuestra pareja como un ser perfecto (o casi perfecto). Las expectativas que tenemos sobre él/ella y sobre la relación son tan altas como poco realistas en la mayoría de los casos: esperamos verlo/a siempre como en ese momento de euforia, con todas sus virtudes y con pocos o ningún defecto importante. Nos hacemos una imagen de la otra persona a nuestro gusto y medida. Y lo hacemos con ilusión, mucha ilusión! El deseo sexual va en aumento y, no sólo eso, sino que no vemos el momento en que vaya a empezar a disminuir. El/ella se te acerca, te roza sin querer y se podría decir que no hace falta mucho más! A veces incluso basta una mirada o algún comentario para que te enciendas de repente. Vives en un subidón continuo y él/ella es tan especial que estás seguro/a de que siempre va a ser así. ¿Cómo va a dejar de ser así con lo que te pone? Imposible.

Qué lástima que toda esa química no nos permita tener los pies en el suelo, porque cuando se acaba es cuando llegan las decepciones y los desengaños. Que el amor y el deseo se tengan que sentir igual el primer año que el décimo año es un mito. Si nuestro cerebro estuviera sometido a esa tormenta química indefinidamente no lo soportaríamos, no estamos preparados para eso. Llega un momento en la relación en que, aunque hay química, ésta funciona de manera mucho menos agresiva y la necesidad de contacto físico ya no es tan imperiosa. La otra persona no es perfecta, tiene sus defectos igual que los tienes tú. Además la convivencia no siempre es fácil, hay que llegar a muchos a cuerdos. Y, seamos realistas, al principio de la relación tu pareja era una novedad, pero después de unos años ya no hay nada que te sorprenda. ¿Y todos los detallitos de cuando os conocisteis? Los mensajes con halagos y piropos, esa facilidad para valorar más las cosas positivas que las negativas del otro, esa forma dulce de responder al teléfono, etc, etc.

¿Qué te hace pensar que después de lo mucho que han cambiado las cosas, tu deseo debería permanecer intacto? Pues porque sigues enamorado/a, ¿no? Lo siento, pero no es tan sencillo. ¡Es normal que la intensidad del deseo también evolucione! Pero la buena noticia es que esto no es malo. Lo malo es dejarlo desaparecer sin hacer nada al respecto cuando todo lo demás está bien, porque ahí sí podemos hacer mucho para evitarlo.

Voy a darte unas ideas en forma de pregunta, para que reflexiones:

  • ¿Todavía te hace llegar mensajes cariñosos que te recuerdan lo mucho que te ama? ¿Se los haces llegar tú? ¿Os decís piropos sin motivo alguno?
  • ¿Os seguís mirando a los ojos cuando habláis de cualquier cosa con el mismo interés que al principio? ¿Seguís mostrando el mismo interés por las cosas del otro?
  • Cuando hacéis el amor, ¿seguís jugando como lo hacíais antes o se ha vuelto muy mecánico?
  • ¿Sigues intentando impresionarle de vez en cuando? ¿Seguís buscando momentos para estar a solas cuidando todos los detalles?
  • ¿Aún eres capaz de darle importancia a todas sus cosas positivas? ¿O quizás pasas más tiempo pensando en sus defectos?

El deseo también se trabaja. Pero no sólo eso, en las relaciones estables es un trabajo que hay que hacer a diario. Según lo que has leído más arriba y las respuestas que te hayas dado a cada una de las preguntas, ya sabes por dónde empezar. Si te fijas, el deseo no desaparece porque sí, sino porque va ligado (en parte) a muchas otras cosas que objetivamente sí van desapareciendo con el paso del tiempo pero que, por suerte, pueden recuperarse fácilmente con un poco de voluntad por ambas partes.